La botella amarilla.

La botella amarilla.

La botella amarilla

¡Pasamos de fase!
Esa mañana no iba a ser igual a las de los largos y rutinarios sesenta días de confinamiento.
Mi reloj biológico ha seguido funcionando con precisión de ritmo circadiano y pulso acostumbrados.

A las 7:30 h desperté y con la monótona parsimonia de un día más, pulsé el botón inteligente del app que me traslada al mundo de ahí fuera a través de las ondas radiofónicas que con aburrida cadencia informativa repetían día tras día con machacona impunidad los datos de la implacable hoja Excel en un baile macabro de muertos e infectados.

Esa mañana antes de dar el salto definitivo a la pista de la vida, embutido en la todavía apacible sensación de las templadas sábanas de mi cama, me asaltó una especie de euforia contenida: ¡Pasamos de fase!

¡Albricias, ya lo tengo! ¡Voy a por él!
No tardé en darme cuenta que la nueva situación no cambiaría drásticamente mi propia realidad. Pero sí que puso en foco mi mirada retrospectiva sobre un hecho que justamente en ese mismo momento comenzaba a presentar sus diluidos contornos.

Habían pasado sesenta días conviviendo en y con mi habitat. Mis cuatro paredes. Mi jardín. Mis herramientas. Mis proyectos fotográficos. El trinar de los pájaros en celo, etc.

Y ahí, como de la nada toma cuerpo esa botella amarilla arrinconada a medio paso entre la despensa y la cocina (para mí, centros vitales de una casa) anunciando algo grande.

¡Albricias, ya lo tengo! ¡Voy a por él!
De un salto dejo el confortable regazo de una cama bañada por los alegres tonos del alba.

Proyecto documental.
Allí estaba, la botella amarilla de lejía, impertérrita, galante, mostrando su poder y su pretenciosa imagen de modelo de fotógrafos ilustres.

Surgió la idea, nada ampulosa, simplemente documental.

Durante sesenta días muchos de los objetos que habitan en mi casa habían tomado literalmente rincones, ocupado espacios, descendido de lugar, trepado a lugares insólitos. Muchos de ellos habían terminado en una inimaginable hermandad o cumpliendo funciones que no les correspondían.

Los habitantes de mi habitat habían adquirido su propia movilidad, hasta cambiar la orografía de mi lugar de confinamiento, creando un nuevo orden.

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P.S.
Este proyecto presenta 31 fotografías en color tomadas el mismo día del pase de la Fase 0 a la Fase 1 del confinamiento en Málaga .

Las fotos en un sepia lavado corresponden a una cierta «normalidad» en la que los objetos protagonistas de este proyecto han dejado ya los espacios ocupados volviendo a sus lugares de costumbre, restableciendo el equilibrio topográfico anterior al obligado confinamiento.

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EXIF: 
Hasselbald X1D II 50C. Objetivo: Hasselblad XCD 45.

Un hall ocupado.
La camisa azul
Plásticos y más plásticos.
El baño del patio.
La caja de Profoto.
El patio trasero.
El banco que lo soporta todo.
Ahí se asaron los pinchitos.
La hora del descanso.
No venía nadie.
Un Picasso patas arriba.
Lugar para soñar.
Los sueños toman forma.
Un referente.
Por los suelos.
Ocuparon el sofá.
Cansado de las noticias.
Lugar de experimentos fotográficos.
Ellos confraternizando.
Aquí se corta el bacalao.
Lugar tipo tabernáculo.
Lugar preferido por Covito, mi mascota.
La flor de la salud.
La despensa.
Algún día alumbraré.
Mis mejores amigos.
Odiada y necesaria.
La protagonista del proyecto.

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