Como todas las mañanas el cabrero de Las Mayoralas había sacado su rebaño de 1.000 cabezas a pastar a la zona del río Guaro, donde gracias a la humedad crecía algo de pasto.
Al atardecer y guiados por dos perros colis que se afanaban por tener bien controlado al rebaño, volvieron al corral al aire libre sin que el cabrero se percatara que uno de los corderos se había quedado rezagado (los colis fallaron) en el lecho del río.
Los balidos de la madre no lograron comunicarse con el pequeño y allí al atardecer en el reposo, a la hora de rumiar, los dos personajes de nuestra historia, con desesperación de la ausencia tuvieron que esperar al día siguiente para que su historia terminara felizmente.
Unos excursionistas que por la tarde escucharon el gemir del pequeño, avisaron al pastor que por allí andaba indicándole que había un cordero en el lecho del río. No fue nada difícil rescatarlo ya que el nivel del río bajaba muy falto de agua.
Esa tarde, la cría sintió el calor de las ubres de una madre que serena anunciaba al resto del rebaño su alegría por el feliz reencuentro.