La Noche de San Juan.
Si las doce de la noche es el momento cumbre de la celebración del solsticio de verano, hago mis cálculos y me decido a salir de casa a eso de las diez ya casi oscureciendo con la cámara en mano calculando que las dos horas que quedan me dará tiempo a recorrer en los dos sentidos los 5 km de las malagueñas playas de Pedregalejo y El Palo.
Fotografiar a esas horas de la noche sin flash exige cierta pericia que yo la tengo un poco verde. Por un lado las farolas que acompañan al paseo marítimo inundan el contorno de una luz ámbar, amarillenta que contrasta con los focos que se dirigen a las playas con su luz blanca y fría. Contraste éste con el cual hay que batallar.
Una noche mágica
El ambiente en las playas es espectacular. Tomadas literalmente por multitud de gentes dispuestas a disfrutar de la noche más mágica del año. Cada grupo ha plantado sus reales en torno normalmente a una carpa o tenderete que jugará un papel fundamental como referencia y faro entre tanta penumbra, luces, sombras y los vahos propios de las humeantes barbacoas en los que se entremezclan olores a sardinas, chorizos, panceta, salchichas y todo aquello que ayude a saciar las mínimas necesidades de una larga noche.
La música lo invade todo.
Aquí oigo palmas, allá suena reggaetón en torno a un improvisado castillo de parpadeantes luces, allí un grupo de amigos canta al son de una guitarra, otros optan por un flamenquito sonoro y festivo compitiendo con otros estilos y géneros musicales. Los más jóvenes han plantado su transistor o su móvil con vistosas y multicolores luces de vibrantes led a los que les va la cosa más moderna y en inglés.
Los «júa».
Allí por las escalera de la playa llega un padre con un «júa» al hombro listo para ser quemado a las 12 en punto. Su niña muestra gozosa el gran muñeco que con toda seguridad habrá ayudado a su padre a confeccionar. Impaciente espera a que el reloj corra más rápido de lo habitual. Para esa hora toda la familia tendrá escrito en papelitos sus tres deseos que se quemarán junto a esa especie de «espantapájaros» que su función es la de espantar cualquier mal que aceche a la familia y traiga, en cambio felicidad.
Y muchos niños por doquier.
-¡Oiga señora, me dice la hora! Se me acerca un grupo de chavales entre seis y nueve años. Quieren saber cuántos minutos faltan para darle fuego a un montón de maderas, cartones y todo tipo de basura combustible que seguro con gran esfuerzo han sido capaces de reunir. -«Oiga, qué no he sido yo, ha sido ese». -No te preocupes, le respondo, de noche todos los gatos son pardos. -Faltan 23 minutos para las doce. -¡Gracias! y no se le olvide pasar por aquí para hacer unas fotos…
Disfrutando viendo disfrutar.
Y así he ido recorriendo ese espacio litoral en el que me he encontrado momentos sublimes. La gente te ve con una cámara y te pide que les hagas fotos. Es el sueño de cualquier fotógrafo de calle o de reportaje. Me gustan estas fiestas populares. Todo el mundo está contento, alegre y una cámara de fotos no representa una violación a la intimidad, sino todo lo contrario.
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EXIF: Canon EOS eDsR. sigma 35mm f/1.4 dg hsm art.