Una noche mágica.
Lo tenía decidido. Había tomado la determinación de recorrer parte de las playas del barrio de Pedregalejo y El Palo durante la Noche de San Juan con el propósito de documentar una de las manifestaciones más populares que la capital de malacitana congrega a prácticamente a todo aquel que no se quiere perder uno de los ritos más arraigados en la población.
La tradición nos mueve hacia el mar. Será una noche mágica porque mágicos son los poderes que se invocan.
Los «júas» y los deseos.
Vi acercarse a un grupito de niños de ambos sexos de entre 10 y 13 años hacia la orilla de la playa portando varios bultos que en la oscuridad de la noche se asemejaban a unos espantapájaros y al acortar distancias pude comprobar que se trataba de varios muñecos que sobrepasaban la estatura de los pequeños y los depositaban sobre la arena.
Me acerqué a una muchachita que resultó ser muy receptiva a mis preguntas y me explicó con un lenguaje un tanto sincopado (a veces me resulta complicado entender el habla malagueña) que aquellos muñecos los habían preparado entre el grupito que revoltoso escuchaba a nuestro alrededor las explicaciones de su amiga.
–Son unos «júas», creí entender con dificultad que más tarde confirmé investigando en Google.
–Y estos son unos «bagueteros», tuve que preguntar varias veces porque no entendía el vocablo, no lo tenía registrado en mi vocabulario.
–Sí trabajan en una panadería y los vamos a quemar a las doce. ¿Qué hora es?
–Y aquí está, enseñándome con verdadero entusiasmo, la tetona, dijeron, una muñeca con peluca de brillante nylon y un par de importantes pechos que también sería pasto de las llamas.
Justo al lado, uno grupito de niños futboleros habían erguido otro muñeco que con gran pericia se asemejaba por su antifaz a un ladrón al que se le escapaban los billetes por todos los lados. Y a su lado derecho me llamó la atención una pequeña caja que en uno de los costados se podía leer «deseos».
–Sí, me dijeron, aquí se meten unos papeles con los deseos y esperamos que se cumplan después de que los hayamos quemado.
Músicas, risas, juegos y barbacoas.
Este encuentro con los jovencitos se dio hacia las 10 de la noche así que tuve tiempo de recorrer esa franja de playa de unos 2,5 km hasta que llegara la hora de la quema lo que me ofreció la oportunidad de palpar otros aspectos de esta gran noche.
En el paseo marítimo no cabía un alfiler. Los chiringuitos estaban que literalmente echaban humo. Los espeteros no daban a basto. Las familias en la playa se afanaban con sus barbacoas, sus músicas, sus risas, sus juegos. Una lúdica noche para disfrutar en familia, con los amigos. con la gente querida.
La hora cenital de las 12 de la noche.
A eso de las 12 a sabiendas de que los intrépidos jovencitos iban a prender fuego a sus queridos monigotes me acerqué justo en el momento que daban las doce campanadas virtuales a la par que una auténtica desbandada de jubilosa muchedumbre irrumpía a grandes zancadas el territorio bañado por el mar. Fue un auténtico espectáculo. Los primeros los más pequeñajos, los de 4 a 10 años inundaron la franja de los 50 cm de mar profundo, les seguían los adolescentes con gran algarabía seguidos de padres, madres, abuelas con niños en brazos, otros tomaban fotos con sus móviles en esa altura donde el mar baña el talón de Aquiles. Nadie dejó de mojarse en el mar a sabiendas que el ritual de bañarse, mojarse la cara hará mantener la belleza de una manera incontestable para el resto de sus días.
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EXIF: Canon EOS 5DsR con Sigma 1:1.4 DG Art